EL VALOR DE LA PALABRA Y EL DIÁLOGO

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Los principios en los que se apoya el uso Práctico de la Filosofía -también denominado Asesoramiento Filosófico- se sustentan, entre otros, en la tradición socrática, esto es, en el uso de la razón al servicio del análisis ordenado de los problemas que se desee exponer. La escucha con empatía, la comunicación sincera, el valor del diálogo equilibrado, y el ejercicio de interpretación libre y honesta del mensaje del interlocutor son algunas de las herramientas que se utilizan en la comunicación que se establece entre la persona o grupo visitante -o a quien se visite, persona o grupo- y el filósofo. El diálogo así concebido intenta evitar prejuicios, puntos de vista o actitudes preestablecidos, y también la búsqueda de soluciones definitivas.

Cada persona es única, lo son su experiencia y aprendizaje y, por tanto, lo es su vida. Ésta es la razón por la que la comunicación que ofrece la Filosofía Práctica no utiliza métodos que puedan aplicarse con universalidad a todas las personas y/o colectivos. Desde este punto de vista, se trata, en cierto modo, de un proceso inverso al de las ciencias naturales: las personas no obedecen las regularidades de los cuerpos del mundo físico: cada ser humano parece genuinamente irrepetible, por ello, la escucha atenta de aquello que se desee transmitir, será el foco original para la reflexión y, por ello, tanto para la interpretación de la situación particular transmitida, como para la posible sugerencia de ideas que puedan abrir nuevas perspectivas quizá anteriormente no contempladas. Esta sugerencia ha de entenderse como posibilidad, en ningún caso como norma a seguir, ni mucho menos como mandato. Cada persona es quien mejor puede conocer las condiciones internas y externas de su existencia y, por tanto, cuando es capaz de discernir por sí misma, es ella la que mejor puede saber si lo que se sugiere es o no una posibilidad real para su vida.

Es posible que el desarrollo del conocimiento científico del ser humano, abordado en diferentes niveles por disciplinas y dominios profesionales tales como la biología, la fisiología, la medicina, la psicología o la sociología, entre otras, haya contribuido a favorecer la devaluación del análisis de la propia vida. En el fondo de ello es muy posible que se halle el carácter difícilmente objetivable, cuantificable y predecible de los estados internos de las personas. Es muy atrayente recurrir a la ciencia para intentar explicar los fenómenos porque su precisión y rigor ofrecen una seguridad que no se encuentra en otros dominios, y el ser humano precisa certezas. Sin embargo, al menos por el momento, nos guste o no, parecen existir no pocos fenómenos elusivos para la ciencia.

En el presente ha avanzado mucho la investigación científica sobre las personas, como seres vivos con posibilidad de ser analizados con rigor en diferentes niveles funcionales. Sin embargo, lo que concierne a la forma de percibir, afrontar y modular la propia experiencia, parece estar aún en un nivel un tanto más incipiente. Es posible que la propia naturaleza del fenómeno de estudio -la intrincada complejidad del mundo interior de cada individuo- esté en la base de tal situación. Quizá la búsqueda de modelos o formas de explicación deterministas y predecibles, y la imposibilidad de encontrarlos, haya favorecido la ralentización -incluso devaluación- del interés por la investigación de esa esfera interior. Quizá ello explique por qué, a veces, pueda darse un salto abismal desde las explicaciones diagnósticas y terapeúticas más rigurosas, a las que no se sustentan en la racionalidad y, sin embargo, se vinculan con creencias que, en algunos casos, pueden llegar a constituir un engaño para las personas. Entre ambos tipos de argumentación y explicación puede haber un terreno en el que es posible sembrar y fomentar la racionalidad, la perspectiva constructivamente crítica frente a los problemas y, de forma muy especial, la capacidad de análisis de los individuos para reflexionar sobre su propia vida, sus decisiones y elecciones.

El diálogo que facilita la Filosofía Práctica de Enfoque se apoya en un conjunto básico de principios: sinceridad y confidencialidad están en la base, y a partir de ellas, atención singular a la situación de cada interlocutor, interpretación lo más fidedigna posible del relato que cada persona o grupo transmite, y análisis y creación de nuevas perspectivas, por si pueden ser de utilidad a quien consulta. A veces es posible generar una comprensión nueva de una misma situación, por compleja que ésta sea, dependiendo del "enfoque" con el que nos acerquemos a ella y de las variables que se consideren más relevantes. La capacidad de análisis del pensamiento es potencialmente infinita, incluso en aquellos casos concretos en los que la persona puede llegar a creer que ha agotado sus posibilidades. A menudo son el rozamiento y el cansancio vital, la decepción o el desengaño, el miedo, el fracaso, la impotencia y el dolor, entre otros muchos más factores, los que pueden frenar a los seres humanos a desplegar sus posibilidades; pero la vida merece el esfuerzo de intentar abrir nuevas vías por las que transitar cuando las anteriores han podido quebrarse y han dejado de ser caminos para convertirse en precipicios.

Por tanto es la propia persona que solicita el servicio de Enfoque quien valora las ideas y puntos de vista que pueden ser aplicables a su experiencia particular, pues es ella la principal conocedora de los factores que afectan a su existencia. A través del diálogo podrán generarse ideas y puntos de vista nuevos, los cuales, en el caso de llegar a tener algún efecto positivo en la vida de quien consulta, podrán contribuir a mejorar la percepción de su día a día, y con ello, su propia autoestima y su bienestar personal.


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María Luisa Marquina San Miguel
Última modificación: 24/11/2013

Madrid, ESPAÑA